Esther

Esther Cubillos es mi tía.

Lleva toda su vida viviendo en Bogotá, desde hace muchos años decidió entregar su vida al cuidado de mi abuelo. Las cataratas casi la dejan sin visión y aún así pasa los días en la casa dedicada al cuidado y al servicio de él y de quienes allí viven.
Entre sus rincones esconde los sueños y el recuerdo de sus ilusiones, las que viven en un pasado lejano. Alberga dentro de ese hogar una historia de resistencia en la penumbra, denigrada e incluso olvidada.
Entre la risa, el llanto y la soledad se debate el diario vivir de una mujer cuya historia, como muchas otras, está relegada a un espacio común que se da por sentado.
Pasar tiempo junto a mi tía me llevó a mi infancia, a la de ella, a las cosas en que nos parecemos. Que me llevara el desayuno mientras convalecía, que se sentara a hablar conmigo para hacerme compañía, pero era yo el que estaba allí queriendo estar con ella.
Siempre la he visto tan amiga, tan cercana. Cuándo iba a tener su cirugía de las cataratas, yo estaba lejos, al saber que podría perder la visión desfallecí. Sentí que no podía hacer más, que debía hacer algo.

Recuperó su visión, y con ella su deseo de leer, de hacer cosas, de “ser útil”.

Quizás no he visto cuándo ella no sea útil. Tal vez sólo ella no quiere verlo.

Quizás siempre le han dicho que no lo es…

Parece que lo creyó.